autobiografia editada
Autobiografía
Me llamo Malena. De chiquita lo primero que escuchaba cuando me presentaba ante alguien mayor a treinta, ya sea un profesor o algún amigo de mi papá, era la canción “Malena canta el tango”. A pesar de ese chiste bastante repetitivo, mi nombre siempre me gustó. A los ocho años me contaron que, hasta dos días antes de mi nacimiento, me iban a llamar Magdalena. Gracias a Dios no pasó, no me gusta para nada ese nombre, y menos aún el apodo: Maggie. Horroroso.
Nací en Buenos Aires y, sinceramente, no me veo viviendo en ningún otro lado. Me encanta esta ciudad.
No podría ponerle un número a la cantidad de cuentos me narró mi mamá cada noche antes de dormir cuando era chiquita. Quizás era siempre el mismo o quizás iban variando según mis gustos, o los de ella, la verdad es que no lo sé, pero siempre disfruté esos quince minutos que pasabamos juntas antes de que me dejara vencer por el cansancio.
Ya siendo un poco más grande, quien me narraba cuentos o novelas con mucho entusiasmo y pasión era la bibliotecaria de mi colegio. Una vez al mes nos reuniamos todos los alumnos del grado y, sentados en el piso alrededor de decenas de almohadones, escuchábamos historias de fantasía, de ciencia ficción, o también de terror. Este último género no lo elegía muy seguido, a pesar de lo mucho que a mi me gustaba, porque solía asustar a algunos de mis compañeros. Una vez que empezaba a leer, acompañaba el relato con mímicas con sus manos. Si hablaba del mar, movía las manos imitando el movimiento de las olas que rompían en la orilla. Si hablaba de un mentiroso, simulaba que su nariz crecía y crecía como la de Pinocho. Con el tiempo, todos juntos la fuimos imitando ocasionando una orquesta de mímicas que ocurría solamente una vez al mes en la biblioteca de un pequeño colegio.
De chiquita quería ser escritora cuando crezca. Lo había decidido a los diez años después de terminar de leer un libro y ver páginas en blanco sobrantes al final del mismo. Me veía a mí misma llenando esas páginas con mis propias palabras. A los tres meses, ya se me habían ido las ganas. Por la cabeza se me atravesaron millones de estilos de vida que quería seguir: abogada, médica, periodista, cocinera. Esta última duró bastante, unos tres años diría yo. Por eso mismo me anoté en la orientación “Agro y ambiente” de mi secundaria. Obviamente no me gustó para nada y, en cuarto año, me cambié a la de “Comunicación”.
Mi papá es médico, profesión que decidió que quería seguir desde que era chico. Siempre lo envidié, no entendía cómo alguien podía decidir lo que quería ser de grande desde tan temprana edad. Nació en Concordia, Entre Ríos, y, a los dieciocho años, se vino a vivir a Buenos Aires, donde conoció a mi mamá, también médica.
Por parte de mi familia paterna tengo a mi abuelo, dos tías, cinco primas y siete primos segundos. Son una familia numerosa que visitamos mínimo dos veces al año, generalmente en vacaciones. Por parte de mi familia materna tengo siete tíos, de los cuales dos viven en el exterior, uno en Panamá y otra en España junto con mi primo, y a la esposa de mi abuelo, quien no es mi abuela ya que es del segundo matrimonio de mi abuelo. Un quilombo, pero somos todos muy cercanos.
Tengo dos hermanos, Catalina de catorce años y Agustin de veinte, quien también estudia Comunicación y siempre se burla de mí diciendo que lo copie al decidir estudiar la misma carrera. No sé, quizás si lo copié, o quizás tuvo mayor influencia la orientación que elegí en el secundario. Probablemente sea esta segunda opción, pero igualmente me rio del chiste. Crecí viendo a mi hermano mirar las películas de Harry Potter. A los siete años me asustaba al ver a la serpiente Nagini alimentarse del cuerpo de una víctima de Voldemort, por lo que, convencida, decía que esas películas no me gustaban y tampoco entendía como a mi hermano le encantaban. No fue hasta que cumplí diez años que decidí leer por primera vez todos los libros de la saga, y fue ahí cuando lo entendí. Me encontré fascinada por la manera en la que la escritora, poco a poco, fue creando un universo ficcional basado en la magia, compuesto por decenas de personajes, con sus determinadas cualidades y defectos, que van interactuando, no sólo entre ellos, sino también con criaturas y bestias ya sean amigables como oscuras. Y no solo eso, la escritora, mediante su atrayente narración, logró que me termine la saga de siete libros en solamente cuatro semanas, cosa que nunca antes, siendo una nena de diez años, me había pasado.
Con la pandemia, empecé a usar mucho más el celular y, más específicamente, las redes sociales, y dejé bastante de lado la lectura. No le puedo echar toda la culpa a la cuarentena porque yo era la que tomaba día a día la decisión de no agarrar un libro, pero lamentablemente, el único contacto que tenía con el mundo era a través de las pantallas. Y no hablo solamente de las noticias, sino que también mis amistades, mis familiares y mi educación se encontraban encapsuladas en un conjunto de píxeles. Sinceramente me entristece saber el tiempo que perdí en mirar Instagram, Twitter y Tiktok.
Durante el secundario, no me destaqué en lo académico. No digo que fuera mala alumna, me iba bastante bien, pero definitivamente había mejores estudiantes que yo. Me comparaba bastante, me molestaba no considerarme tan inteligente como ellos, pero igualmente priorizaba pasarla bien con mis amigas. Incontables veces me llamaron la atención por hablar mucho en clase, pero mucho no se podían quejar porque después los exámenes reflejaban un buen rendimiento académico.
En toda mi vida nunca me cambié de colegio. Desde los dos años hasta los diecisiete caminé las mismas cuadras de siempre que me llevaban al mismo punto de la ciudad ubicado en Palermo. Cuando arranque la facultad en 2024, instantáneamente me di cuenta que ya me había cansado de la rutina de siempre y que renovar aires me iba a hacer bien. Me cuesta mucho el cambio de ambiente; me doy cuenta rápido que ya no estoy cómoda en un lugar, pero soy lenta para tomar la iniciativa de cambiar las cosas. Todavía no se si considerar esto un defecto.
Hoy en día sigo esforzándome en leer, y no utilizar tanto el celular y la computadora, ya que perdí la costumbre que tenía de sentarme a leer un libro, y lo sigo justificando con la idea de que “no tengo tiempo” cuando en realidad dia a dia me encuentro a mi misma sorprendida por la cantidad de horas que me paso deslizando y presionando la pantalla del celular y, aun asi, no hago nada para cambiar la realidad. Siempre hay tiempo. Ojalá poco a poco pueda recuperar la costumbre.
Autobiografía al estilo de Rodolfo Walsh
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