cuento del secreto familiar
Nunca percibí tanto el silencio como lo estaba haciendo en esa sobremesa de aquella noche invernal de julio. Mi tía Susana nos había contado que su esposo José, a quien le debíamos el motivo de la cena ya que era su cumpleaños, no iba a asistir esa noche. A pesar de ver la sorpresa en los rostros de los presentes, Susana no dió explicaciones y arrancó a comer su empanada de carne.
A mi tío Jose yo le tenía gran aprecio. Para una nena de diez años, aquel tío que te hacía reír y divertirte era siempre tu favorito. Un jueves por mes me buscaba a la salida del colegio y me llevaba a almorzar a una precaria pizzería ubicada en la esquina de Avenida Dorrego y Amenabar. Solía agarrar múltiples servilletas para hacer aviones de papel y después lanzarlos alrededor de todo el restaurante. Obviamente la mesera le pedía por favor que parara, ya que estaba, además de malgastando servilletas, ensuciando todo el piso y molestando a los pocos clientes con los que estábamos compartiendo el espacio. José, tras las llamadas de atención, pedía perdón miles de veces, pero el mes siguiente por supuesto repetía su conducta, haciéndome reír cada vez más. Pensándolo ahora, no se si lo hacía para que yo me divirtiera un rato o porque realmente era una persona infantil y un poquito maleducada.
Mi mamá, la hermana de Susana, mantenía una pésima relación con Jose. Cada vez que iban a un encuentro familiar se quejaban mutuamente de la presencia del otro y terminaban discutiendo por lo más mínimo. Una vez pelearon acerca de cómo mi tío abría el paquete de queso rallado. Mi mama afirmaba a los gritos que estaba haciendo el agujero muy grande y que de esa manera se malgastaba el queso. A mi realmente me daba lo mismo, es más, cuanto más queso en los fideos mejor.
En un caluroso marzo nos encontrábamos almorzando la pizza muzzarella de todos los meses cuando José me hizo una propuesta. Ésta consistía en repetir el plan del almuerzo los otros tres jueves del mes, pero junto a una amiga suya, Laura, quien, según le contó un pajarito, tenía muchas ganas de conocerme. Yo dudé un poco de esa fuente de información pero finalmente le creí y accedí. Al final de todo, este nuevo plan me posibilitaba, todos los jueves del mes, almorzar pizza, mi comida favorita. José también me pidió que omitiera el detalle de la presencia de Laura cuando le cuente la idea a mi mamá, ya que a ella no le gustaba que yo hablara con desconocidos y él quería evitar que tenga motivo de discutirle nuevamente; en mi cabeza tenía todo el sentido del mundo. Es por eso que mi mamá accedió a la propuesta, la cual le permitía no preparar comida para la vianda de los jueves, por lo tanto, todos estábamos felices.
Los jueves se volvieron mi día favorito de la semana. Laura hacía excelentes aviones de servilletas de papel, por lo que estos se multiplicaron alrededor de todo el restaurante, como también incrementó la desesperación de la mesera, quien buscaba evitar que fueran lanzados; por supuesto no tenía éxito. Veía que mi tío y su amiga se tenían muchísimo cariño, siendo que se saludaban y se despedían como lo hacían mis papás antes de irse al trabajo: con un beso. Yo creía que era algo de adultos, así que no me lo cuestioné.
Eran las personas más graciosas y divertidas que conocía, superando ampliamente a mi grupito de amigas del colegio. Un día, cuando trajeron la pizza muzzarella de siempre, Laura hizo un chiste que me dio tanta risa que sentí la necesidad de divulgarlo por todos lados. La primera a quien se lo conté fue a mi tía Susana. Estábamos merendando después de mi entrenamiento de hockey cuando le dije: “Tia, ¿como se llama una pizza dormida? Una pizzzzzzzza”. Al instante nos reímos a carcajadas las dos y, minutos después, Susana me preguntó si me lo había contado José, dado que sabía de nuestros almuerzos de pizza de los jueves. Yo, a pesar de mi miedo de que le contara a mi mamá (a quien, repito, no le gustaba que hable con extraños), le expuse el secreto de Laura, de sus increibles aviones de papel y de sus besos con el tío José.
Tal vez por eso mi tío Jose no fue a su festejo de cumpleaños, como a ningún otro encuentro familiar. Cada tanto lo extraño y le pido a mi mama ir al restaurante a lanzar aviones de papel mientras comemos pizza. Pero nunca cumplen mi deseo.
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