autobiografia

Me llamo Malena. De chiquita lo primero que escuchaba cuando me presentaba ante alguien mayor a treinta, ya sea un profesor o algún amigo de mi papá, era la canción “Malena canta el tango”. A pesar de ese chiste repetitivo, mi nombre siempre me gustó. A los ocho años me contaron que, hasta dos días antes de mi nacimiento, me iban a llamar Magdalena. Gracias a Dios no pasó, no me gusta para nada ese nombre, y menos aún el apodo: Maggie. Horroroso. 

Nací en Buenos Aires y, sinceramente, no me veo viviendo en ningún otro lado. Me encanta esta ciudad.

De chiquita quería ser escritora cuando crezca. Lo había decidido a los diez años después de terminar de leer un libro y ver páginas en blanco sobrantes al final del mismo. Me veía a mí misma llenando esas páginas con mis propias palabras. A los tres meses, ya se me habían ido las ganas. Por la cabeza se me atravesaron millones de estilos de vida que quería seguir: abogada, médica, periodista, cocinera. Esta última duró bastante, unos tres años diría yo. Por eso mismo me anoté en la orientación “Agro y ambiente” de mi secundaria. Obviamente no me gustó para nada y, en cuarto año, me cambié a la de “Comunicación”. 

Mi papá es médico, profesión que decidió que quería seguir desde que era chico. Siempre lo envidié, no entendía cómo alguien podía decidir lo que quería ser de grande desde tan temprana edad. Nació en Concordia, Entre Ríos, y, a los dieciocho años, se vino a vivir a Buenos Aires, donde conoció a mi mamá, también médica. 

Por parte de mi familia paterna tengo a mi abuelo, dos tías, cinco primas y siete primos segundos. Son una familia numerosa que visitamos mínimo dos veces al año, generalmente en vacaciones. Por parte de mi familia materna tengo siete tíos, de los cuales dos viven en el exterior, uno en Panamá y otra en España junto con mi primo, y a la esposa de mi abuelo, quien no es mi abuela ya que es del segundo matrimonio de mi abuelo. Un quilombo, pero somos todos muy cercanos. 

Tengo dos hermanos, Catalina de trece años y Agustin de veinte, quien también estudia Comunicación y siempre se burla de mí diciendo que le copie la carrera. No sé, quizás si lo copié, o quizás tuvo mayor influencia la orientación que elegí en el secundario. Probablemente sea esta segunda opción, pero igualmente me rio del chiste. 

Durante el secundario, no me destaqué en lo académico. No digo que fuera mala alumna, me iba bastante bien, pero definitivamente había mejores estudiantes que yo. Me comparaba bastante, me molestaba no considerarme tan inteligente como ellos, pero igualmente priorizaba pasarla bien con mis amigas. Incontables veces me llamaron la atención por hablar mucho en clase, pero mucho no se podían quejar porque después los exámenes reflejaban un buen rendimiento académico.

En toda mi vida nunca me cambié de colegio. Desde los dos años hasta los diecisiete caminé las mismas cuadras de siempre que me llevaban al mismo punto de la ciudad ubicado en Palermo. Cuando arranque la facultad en 2024, instantáneamente me di cuenta que me había cansado de la rutina de siempre y que renovar aires me iba a hacer bien. Me cuesta mucho el cambio de ambiente, quizás me doy cuenta rápido que ya no estoy cómoda en un lugar, pero soy lenta para tomar la iniciativa de cambiar las cosas. Todavía no se si considerarlo un defecto. 


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